#FRANCIA
Primarias presidenciales francesas
La extrema derecha, derecha, izquierda, y extrema izquierda eligen sus candidatos. Macron se cuela entre ellos con fuerza
Los procesos de primarias en Francia antes de unas
presidenciales siempre suelen ser bastante calentitos. Más aún desde que los
socialistas y los republicanos decidieron abrirlos a toda la población. Y
todavía más si se tiene en cuenta que este año la carrera hacia el Eliseo ya no
es ni mucho menos cosa de dos.
Con la popularidad del gobierno Hollande-Valls por los suelos, y la extrema derecha por las nubes
en Francia (y en toda Europa) llegaban los galos a la cuenta atrás de las
elecciones.
El único candidato que estaba cantado era la del Front
National. Todos sabíamos que iba a ser Marine Le Pen, probablemente la gran líder y rostro de la ultraderecha
europea. La parisina ha logrado lo que pocos pronosticaban, superar los
resultados de su padre. No solo en encuestas. Arrasaron en las pasadas
elecciones europeas y estuvieron a punto de gobernar en varias regiones en las
territoriales.
Mucho más disputado estaba el puesto de candidato en la
derecha tradicional. Todos los partidos conservadores y de centro liberales
se unieron en unas mismas primarias. Dado que el sistema electoral francés de
doble vuelta probablemente penalizará a Le
Pen, todo apunta a que de aquí podría salir con casi toda seguridad el
próximo presidente del país.
Los conservadores vieron su oportunidad, y se les ocurrió
cobrar unos 5 euros por votar a todos aquellos que no fueran afiliados. Aún
así, lograron récords de participación (y un buen dinero). El ambiente era de
elecciones anticipadas.
Nicolás
Sarkozy partía como gran favorito. La derecha francesa siempre
se caracterizó por su gran incapacidad de renovación, y nadie de las nuevas
generaciones parecía hacerle sombra. Su máximo rival era el todavía más mayor Alain Juppé, antiguo primer ministro y
actual alcalde de Burdeos.
Sarkozy era
la derecha más cercana a Le Pen, y Juppé representaba a las facciones más
centristas. Durante semanas y semanas se atacaron duramente. Sarkozy ejercía de líder de facto de Les
Republicains y no le importaba usar toda la maquinaria del partido a su
favor. Juppé advertía que era un
riesgo votar a Nicolás, pues no estaba nada claro que lograra atraer al
centro-izquierda a su favor en una segunda vuelta ante Le Pen.
Pero surgió un enemigo silencioso: François Fillon. Tan conservador y religioso, como diplomático. No
quiso nunca meterse en los enfrentamientos entre Sarkozy y Juppé.
Aprovechando su mayor tiempo libre (ni tenía que dirigir el partido ni gobernar
la ciudad de Burdeos) se recorrió toda Francia. Funcionó.
Ante la sorpresa de todos, Fillon estaba en cabeza en la primera vuelta. Juppé quedó segundo y Sarkozy
se llevaba un humillante tercer puesto que le eliminaba de la segunda vuelta, e
incluso probablemente de la vida política francesa de manera casi definitiva.
El expresidente pidió el voto a su antiguo ministro Fillon y no hubo sorpresa en la segunda
vuelta. Consciente de que su gran reto es atraer al voto izquierdista para
vencer a Le Pen, desde entonces
Fillon ha “olvidado” su famoso discurso extremadamente liberal y amparándose en
sus creencias religiosas ha recordado continuamente que “en Francia caben todos”.
Hasta ahora este “cambio” le estaba funcionando en las
encuestas, pero un feo asunto de corrupción relacionado con su mujer le ha
estallado esta semana y por primera vez está volviendo a bajar.
¿Y qué pasa con la izquierda? Pues aquí, habemus
el caos. Al presidente François Hollande
se le han hecho muy largos estos 5 años de mandato y llegaba con una aceptación
mínima, que apenas llega al 10 %. Su falta de carisma y su debilidad ante Merkel no han convencido nunca, pero
unida a su polémica reforma laboral, sus malas cifras de empleo y la sensación
de inseguridad producida por los atentados de París y Niza, le han enterrado.
Los socialistas han aguardado a última hora para
organizar las primarias. Probablemente, estaban esperando que las últimas
bajadas del paro revitalizaran el apoyo a Hollande.
No ha sido así. Finalmente, el presidente ha tenido que renunciar a un segundo
mandato (por primera vez en la historia del país) y en su lugar acudió Manuel Valls a las primarias como “candidato
oficialista”.
Pero esa no era ni mucho menos la única mala noticia para
el PS.
Probablemente el ministro más popular de su gobierno, Emmanuel Macron, decidió saltarse el proceso de primarias y presentarse
por su cuenta. Desde entonces, no ha dejado de subir en las encuestas,
hasta el punto que algunos socialistas han pasado de considerarle como “un
traidor” a verle como una opción real de salvar un batacazo electoral.
La única baza que le quedaba al Parti Socialiste de
presentar un candidato que más o menos uniera la izquierda era incorporar a los
comunistas en sus primarias. Fue un rotundo fracaso. Muy enfadados por los
recortes y la flexibilidad laboral introducidos por Hollande y Valls,
decidieron presentar a su propio candidato: Jean-Luc Mélenchon.
Así pues, llegó el 2017 y los socialistas tenían de
frente cuatro candidatos fuertes que ya habían movilizado a sus ejércitos para
comenzar la campaña electoral. Estas primarias eran un auténtico marrón, ya que
el ganador tendría que salvar una situación casi imposible.
El colmo de las humillaciones para el gobierno es que ni
siquiera Valls ganase las primarias
socialistas. Y los días se acercaban, con el antiguo ministro Arnaud Montebourg pisándole los talones
en los sondeos.
Pero como pasó en las primarias de la derecha, fue un
tercer actor quien se acabó llevando el gato al agua. El también exministro Benoit Hamon consiguió adelantar a
Valls para sorpresa de todos en primera vuelta. Con el apoyo de Montebourg, ayer volvió a ganar con
contundencia en segunda vuelta.
Valls ya
es historia, y al igual que Sarkozy,
se va por la puerta de atrás. Su discurso de “somos la izquierda realista que no promete cosas imposibles” nunca
convenció. El tono social y ecologista de Hamon, ha funcionado mucho mejor.
En sus primeras declaraciones, Benoit Hamon ha hecho un llamamiento a Macron, Melénchon e incluso
el candidato verde Yannick Jadot a
que se unieran a él. A estas alturas suena ridículo que vayan a retirar ya su
candidatura, pero su probable objetivo es atraer a sus votantes como el
candidato que si puede unir a toda la izquierda contra Fillon y Le Pen.
Sin embargo, tiene una misión casi imposible. Ha de salir
de un profundo pozo y muy pocos meses para conseguirlo. En las últimas
encuestas, el candidato socialista (presuntamente Valls) estaba el quinto.
Por su parte, Macron
cada día se acerca más a Fillon. Le Pen se
sitúa en cabeza, aunque lejos del 50% que le evitaría acudir a una segunda
vuelta.
Todo puede pasar. Estas elecciones se antojan más
abiertas que nunca. Podemos ver desde una neofascista de presidenta hasta a un neocomunista.
La primera vuelta, para el 23 de abril. La campaña electoral será clave.